LA HUMILDAD
Andrés Flores Colombino
La humildad no es un simple comportamiento exterior, actuado, fingido a veces,
aprendido, otras. Surge de la interioridad de cada ser que la posee y se caracteriza por la
capacidad de “asumir los errores y defectos propios”.
Ser humilde no significa humillarse, rebajarse ni negar las propias virtudes o
capacidades, pues se haría énfasis en uno solo de los polos, el de asumir los defectos,
que también implica humildad, pero para ser auténtica, la humildad no debe ser
consecuencia de la baja autoestima o de la mala opinión que se tiene de sí mismo, o de
la necesidad masoquista de sentirse inferior. Reconocer los defectos no es buscarse
defectos, culparse de todo, exhibir los vicios.Es poseer el sereno equilibrio, la integrada visión de la existencia, en que se percibe lo bueno y lo malo de las cosas al mismo tiempo. Para ser humilde también se pueden asumir las propias virtudes, sin vanidad ni falso orgullo. Negar las propias virtudes es una forma de vanidad, pues con ello se espera que el otro proteste y exalte esas virtudes negadas por nosotros. Estábamos convencidos que la humildad era la virtud de ser capaz de reconocer los propios defectos y logros y actuar en consecuencia. O “la virtud de aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos”. Pero consultados los diccionarios unos hablan de que la humildad es “el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades”; “virtud de asumir los defectos y errores propios”: “capacidad de aceptar los propios errores y defectos”. Y la “capacidad de restar importancia a los logros y virtudes”. El Diccionario de la Real Academia Española del 2005 dice: “Actitud que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo”. La humildad, pues; tiene que ver más con reconocer nuestros errores que con reconocer nuestros aciertos.
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